viernes, 19 de julio de 2013

La Tierra sin abejas. Un funeral sin flores

Si las abejas desaparecieran de la Tierra, al hombre sólo le quedarían cuatro años de vida; sin abejas no hay polinización, ni hierba, ni animales, ni hombres”. La contundente frase atribuida a Albert Einstein, muy poco propenso a predicciones apocalípticas, es actual en momentos en que ha desaparecido del mundo el 80 por ciento de las abejas silvestres y el 90 por ciento de las domésticas.

Dos congresos recientes de apicultores celebrados en Europa para tratar de entender y afrontar una situación para la que no estaban preparados, concluyó que dado que las abejas no han desaparecido del todo, los cuatro años de Einstein podrían estirarse hasta 20. Otros son un poco más generosos: 40 años para el mundo “como lo conocemos”. Después, un funeral sin flores.

 Plaguicidas y parásitos

No están todavía del todo claras las razones de la extraordinaria mortandad de las abejas, pero hay un sospechoso fuerte: los neonicotinoides, unos insecticidas desarrollados recientemente que atacan el sistema nervioso y matan a los insectos con la finalidad de proteger de ellos los sembrados.
Otro sospechoso es un parásito que ataca el aparato digestivo de las abejas, que no libera no obstante de responsabilidad de la agricultura moderna porque está demostrado el efecto del insecticida y su acción mortal a pequeñas dosis sobre insectos y pájaros.

Las abejas

Hay casi 20.000 especies de abejas o “antófilos”, palabra griega que significa “que ama las flores”. Son insectos himenópteros dentro de la súper familia apoidea.

Se las encuentra en todo el mundo en los hábitats donde hay plantas con flores. Se alimentan de polen y néctar; el polen es alimento para las larvas y el néctar, material energético.

Es muy conocida la abeja doméstica, Apis mellifera, insecto social que vive en enjambres, aunque la mayoría de las demás especies son solitarias. Los abejorros, como el mangangá, (xylocopa augusti) son semisociales o solitarios, no forman colonias grandes ni duraderas como la abeja doméstica.

La polinización

La polinización es la transferencia del polen de los estambres al pistilo, es decir, de los órganos masculinos a los femeninos de las flores. 

Las abejas, los abejorros, las mariposas, algunos pájaros y otros insectos participan de la polinización; pero el polen tiene otras formas de fecundar, por ejemplo a través del viento o del agua, como es el caso de la gramilla y las coníferas. Por eso las abejas son imprescindibles en el caso de flores que tienen polen viscoso o pesado, que no puede ser despegado ni trasladado por el viento.


La polinización puede ocurrir dentro de la misma flor o entre flores diferentes

Algunas plantas pueden reproducirse por otros sistemas, por ejemplo mediante esquejes o trozos del organismo de la planta capaces de regenerar todo el cuerpo, produciendo un “clon” de la planta original. El polen puede llegar a las flores llevado por el viento, por el agua o por los animales. En este caso de fecundación “entomófila”, que es el más eficiente y frecuente, están las abejas.

Las flores, con su aroma y sus colores, no están hechas para nosotros sino para atraer a los polinizadores y de hecho tienen colores que nosotros no vemos, pero sí ven las abejas y las mariposas.

La conducta social de las abejas les permite superar el frío del invierno y tener energía para polinizar tan pronto llega la primavera. Una colonia mediana de abejas tiene unas 50.000 obreras. La mayoría sale cada día a buscar polen y néctar, visitando diariamente hasta 50 flores cada insecto. Esto implica millones de flores visitadas por día, alrededor de una superficie 700 hectáreas por colmena. Un kilogramo de miel surge de centenares de miles de libaciones de néctar por las abejas.

La gran capacidad de adaptación de la abeja a cualquier tipo de flora es otro punto a su favor, y más aún al estar combinada con su fidelidad a una especie vegetal dada, pues cuando las abejas han elegido una especie, trabajan con ella hasta que agotan sus reservas de néctar y de polen. De hecho, los granos de polen que transportan en sus patas son, en el 90 por ciento de los casos, de una sola especie.

La agricultura moderna, que está matando a las abejas, depende de ellas más que la anterior, porque se basa en monocultivo y en cultivos protegidos. Al principio, el uso intensivo de agrotóxicos mató a los abejorros, a las abejas solitarias, a las avispas y a otros insectos polinizadores, pero ahora está matando rápidamente también a las abejas. 

Las abejas no son un grupo más de animales en peligro de extinción, porque si desaparecen ponen en riesgo el resto de la vida en la tierra. Su merma se debería por lo que sabemos hasta ahora a los neonicotinoides y también a un parásito llamado ‘Nosema ceranae’, que incide en la mortandad y en la disminución de la producción de las colmenas que sobreviven.

En España han establecido que las colmenas están afectadas por el parásito, pero recomiendan no usar neonicotinoides.

El problema se resume en que de los 100 cultivos que proporcionan el 90 por ciento de los alimentos del mundo, más del 70 por ciento son polinizados por abejas.

El Nosema Ceranae mata a las abejas y favorece otros factores letales para estos insectos, como el ácaro parásito Varroa, que afecta a las colmenas en Entre Ríos. También hay otros parásitos que podrían estar haciendo su parte, como un pequeño escarabajo que daña las colmenas, que a favor del ataque con pesticidas estaría causando ahora más daños que antes.

Por otra parte la creciente contaminación del aire reduce el alcance de los mensajes químicos que emiten las flores por lo que a las abejas y a otros insectos polinizadores les cuesta más localizarlas. Si las abejas no encuentran las flores no comen bien, y si las flores no son halladas por las abejas no se reproducen. 




¿El apocalipsis comenzó en 2006?

En 2006 los apicultores comenzaron a notar que las abejas morían, o mejor, desaparecían. En una conducta atípica, las obreras abandonaban la reina y volaban hasta morir lejos. Al principio no había explicación para lo que se llamó “el colapso de las colonias”, que ya provocó la pérdida del 90 por ciento de las colmenas en los Estados Unidos.

Las conjeturas se dirigieron al calentamiento global como responsable de la mortandad, otros hablaban de los pesticidas sistémicos y algunos responsabilizaron a los teléfonos celulares y a la posibilidad de que la multiplicación de señales electrónicas desorienten a las abejas.
Pero poco a poco la atención se fue dirigiendo a los agrotóxicos y neurotóxicos, y dentro de ellos a los neonicotinoides que Syngenta, Monsanto y Bayer comercializan en todo el mundo para tratar las semillas modificadas genéticamente.

Lo grave es que las abejas son irreemplazables en la cadena biológica, son un factor decisivo en la polinización y en la producción de casi todo el alimento de hombres y animales. En el mundo la agricultura depende en el 70 por ciento de los pequeños insectos y el 84 por ciento en Europa. Si las abejas desaparecieran se produciría una catástrofe alimentaria global.

Si además consideramos el efecto de la polinización en la vida de las selvas y bosques, el apocalipsis implícito en las palabras atribuidas a Einstein se vuelve una posibilidad palpable.

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