El año pasado tuvo lugar la Cumbre Río+20, nombre abreviado de la cuarta Conferencia de Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible, en Río de Janeiro, Brasil.
El objetivo principal de dicha cumbre era lograr un avance en cuanto al compromiso de los Estados y la comunidad mundial respecto a los grandes cambios de este siglo XXI, siendo los dos ejes principales: la economía verde en el contexto de la erradicación de la pobreza y el marco institucional para la sostenibilidad.
Durante los días que duró la Conferencia, casi un centenar de jefes de Estado y Gobierno, junto con miles de participantes del sector privado, las ONG y otros grupos, estuvieron reunidos tratando de establecer las llamadas "metas de desarrollo sostenible", un conjunto de objetivos de la ONU establecidos en torno al medio ambiente, el crecimiento económico y la inclusión social.
El cambio que necesitábamos en la Cumbre de Río +20 no se ha producido. El texto de la declaración final refleja el fracaso rotundo de los gobiernos.
Río+20 tendría que haber sido la cumbre de la revolución energética basada en energías renovables y la eficiencia, del Plan de Rescate de los Océanos, de la deforestación cero, de la soberanía alimentaria y el agua para todos. En su lugar, el texto de la cumbre está vacío, ningún paso adelante, no hay objetivos,...sólo palabras huecas.
Han pasado más de 20 años, pero ahora nos damos cuenta del paso de gigante que supuso la Cumbre de la Tierra de 1992. Si miramos atrás, había mucha más economía verde en la Agenda 21 aprobada en 1992 que en la declaración de Río+20.
Los gobiernos, sin embargo, han tirado esta herencia por la borda. La declaración final dice, literalmente, que han "tomado nota" de los problemas del planeta, pero no dice que van a hacer para resolverlos. En este momento de crisis global, lo que hacía falta eran líderes que supieran entender los desafíos.
En esta Cumbre destacó la intervención humanista de José Mújica, Presidente de Uruguay. Vale la pena recordarlo.
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